Suena el móvil y abro un ojo. Todavía es de noche. Miro la pantalla y veo que es mi madre. Al momento sé que algo no va bien. Cuando recibes una llamada antes de que comience el día sabes que vas a recibir malas noticias. Me pongo en guardia, mis sentidos se agudizan.
Tras colgar me levanto, me quito el pijama, lo tiro encima de la cama y me visto con lo primero que encuentro.
Bajo corriendo las escaleras del edificio. Pienso que estaré molestando por el ruido a los vecinos pero no es momento de preocuparme por eso. Por suerte, pasa un taxi al momnento y lo cojo.
"Lléveme a Urgencias de la Concepción lo antes posible".
Es así como hemos iniciado el año en mi familia, en el hospital. Aquí pasamos las horas mirando por la ventana la espectacular vista.
Cuando me canso me bajo a la cafetería. Tengo que recorrer medio hospital para llegar. Bajo a la planta cero, recorro los pasillos de las consultas privadas, atravieso la pasarela que conecta una parte con la otra, dejo atrás urgencias, otro pasillo infinito y por fin llego a la cafetería.
El hospital es un microcosmos. Los médicos suelen ir en parejas o tríos comentando las incidencias del día. Señoras mayores recorren los pasillos como van por la calle, ocupando todo el ancho. Yo camino deprisa. Es mi ejercicio diario. Ir y volver. Habitación-cafetería-habitación.
Varío el recorrido. En ocasiones escojo el pasillo de las aulas y los despachos. Por el día está más tranquilo y apensa hay gente.
Por las noches los dos caminos están vacíos. En la parte privada, a media luz, los pasos resuenan. Dan ganas de llevarse uno de los cuadros impresionistas que cuelgan de la pared. Nadie te ve.
La alegría o más bien el algarabío lo ponen los gitanos de la quinta planta. Hay una familia entera acampada junto a los ascensores, en el vestíbulo de la quinta. Allí se juntan y tocan la guitarra hasta la noche. El día de Reyes llenaron de bolsas enormes de el Corte Inglés con regalos todo el espacio libre.
En la novena planta el tiempo transcurre con lentitud. Paseo y contemplo el atardecer cayendo sobre la ciudad. Hablo con alguna amiga por teléfono y me distraigo mirando el facebook y leyendo comentarios.
Llega la enfermera, le toma la temperatura y se va. Llega otra al rato, le toma la tensión y la saturación y se va. Las dos me dicen que si quiero algo que lo pida.
Al rato salgo al control y pido una manta. Hace frío por la noche en la novena. La habitación da al norte y sólo tengo unas sábanas. Imposible. No hay mantas en la planta y el lavadero está cerrado. Otra noche incómoda.
A las 7 vienen a preguntarnos qué tal noche hemos pasado y si necesitamos algo. Si, que nos dejen dormir un poco más. No hay manera. Nos levantamos y nos preparamos para otro día en la novena planta.
Miro por la ventana y veo la luna llena descendiendo sobre las montañas del fondo. La vista es preciosa pero ya estamos cansados de estar aquí. Todavía nos quedan unos días, hasta el viernes quizá. Mientras, seguiré recorriendo los pasillos, haciendo kilómetros de pensamientos en la soledad del gentío del hospital o disfrutando del silencio de sus pasillos por la noche.
Gracias, a las que me mandáis mensajes, a las que me llamáis, las que os preocupáis y me ayudáis a que estos días pasen mejor.