miércoles, 26 de agosto de 2015

Cruzando puentes




Hoy he recibido tu postal. Un día paseamos por esa ribera del Duero. Recuerdas? Tú estabas feliz. Enredabas ilusiones. Yo llegaba a la desembocadura del río huyendo de un amor esquivo. Dejaba Madrid con el corazón achicado y la sensación de que nunca me concedía mis deseos.

Fueron unos días de sol y risas, de paseos entre muros, de historias e Historia. Fueron días de un puente que unía las letras y un puente que unía las culturas.
Recorrimos juntas el puente. Tú con tu ilusión y yo con la sonrisa de cruzar uno más.

Y hoy, al recibir tu postal me he quedado pensando que de los puentes que he cruzado, este es uno de los que más me gustan. Precisamente por haberlo cruzado contigo.



Tengo la suerte de que la gente que me sigue o me conoce bien y sabe de mi gusto por los puentes, me manda fotos de ellos. Mi comentario invariablemente suele ser... "un puente, un puenteeeeee" haciendo referencia a una broma que casi nadie conoce, pero que a mí me llena de alegría e ilusión.
Cuando la gente me comparte los puentes que cruza o que se encuentra en su camino, me encanta saber que se han acordado de mí. A veces son puentes que no conozco y otras, las que menos, puentes que ya he cruzado con esa persona o a solas. En esos casos, lo disfruto como cuando de niña me levantaba la mañana de Reyes. La sonrisa que llevaba pintada el día que crucé el puente de Brooklyn...

Pero cruzar un puente acompañada de alguien es compartir una experiencia importante para mí. No es sólo andar juntas unos metros, sino poder llegar a establecer un vínculo y tener una historia común que nos recorre.
Me entristece pensar que hay personas que no han querido cruzar puentes conmigo o se han quedado esperando al otro lado a que cruzara yo. Literal y metaforicamente. Cruzar un puente es una experiencia para hacer con todos los sentidos despiertos, con la consciencia puesta en ese trayecto que siempre une.



Puente cercano a Toro que crucé estas vacaciones. Gracias a mis compañeras de aventuras!

viernes, 21 de agosto de 2015

Asalvajada


Odio la sensación de tener n blog Guadiana. No me gusta aparecer y desaparecer. Pero a veces me quedo en silencio. Bueno, eso no es correcto. No hablo mucho y necesito quedarme sin hablar pero hasta cuando no hablo expreso cosas. Necesito el silencio porque es en ese momento cuando mantengo conversaciones conmigo misma.

Y eso fue lo que ocurrió. En el último post, Cereza me decía que algo me rondaba y me quedé pensando en los post que estaba escribiendo esos días y en lo que me rondaba. Llegué a la conclusión de que por alguna razón, estaba "ajustando cuentas" con personas que pasaron por mi vida y dejaron su huella en mí. La semana siguiente al último post la pasé soñando con gente que ya no tengo cerca por elección propia o por causas de la vida. Familiares muertos, amigas que dejaron de ser y relaciones amorosas fallidas o simplemente fracasadas. Soñé con muchas ellas, con algunas dolía aún. Supongo que es una asignatura que tendré que aprobar en algún momento... el que la gente se va de tu lado cuando ha cumplido su función y no siempre es responsabilidad mía conseguir que se queden.

Pero volviendo al presente... he estado un par de semanas de vacaciones. Asalvajada. Ese ha sido mi estado. Aprovechando los calores madrileños me he ido despojando de ropa hasta ir prácticamente desnuda. Y lo cierto es que me gustaría ir sin ropa por muchos más sitios. No tengo afán exhibicionista pero cada vez me gusta más la sensación de notar el aire sobre mi piel, o el agua... Tenemos un montón de espacio destinado a sentir, muchos centímetros que reciben constantemente información del exterior y creo que nos saboteamos negándonos a hacernos conscientes de toda la información que llega.

Me gusta rascarme, hacerme cosquillitas, recorrer las palmas de mis manos y el contorno de mis dedos. Me gusta sentirme, que mi piel sienta el aire o el agua del que hablaba y el tacto. Somos piel. Y nos tocamos muy poco. A nosotras. A las demás. Desde que cruzamos la adolescencia aprendemos a sentir pudor e incluso rechazo si nos tocan. A muchas nos gustan los abrazos, pero cuántas nos quedamos tranquilamente abrazadas (no a las parejas) más de 5 segundos? ¿Por qué no tocamos a las personas tanto como tocamos a nuestros peluditos?

Durante las vacaciones visité Zamora y estuve por algunos pueblos donde había campos rocosos. Recordé cuando de pequeña, en los campamentos por la sierra madrileña, me descalzaba para subir por las rocas. Me gustaba mucho el tacto rugoso y duro de las rocas en las plantas de los pies. Si había alguna que fuera grande me tumbaba sobre ella intentando que la mayor parte de mi cuerpo estuviera en contacto con la superficie. Era un momento de paz y felicidad absoluta. Un instante pleno antes de seguir saltando con la sensación de ser un Mowgli cualquiera.
Related Posts with Thumbnails