sábado, 29 de enero de 2011

La dictadura de la moda o el burka occidental

Hablaba el otro día con una amiga feminista. De las que andan metidas en organizaciones, que se pasan el día peleando por nuestros derechos, haciendo propuestas al Gobierno para mejorar la situación de las mujeres... Admiro mucho el papel de estas personas, casi siempre dejando de lado necesidades propias para atender al bien de la mayoría. Eso si, nunca he querido meterme en una organización feminista. Simplemente con lo que me cuentan quedo escaldada.

Las organizaciones feministas no dejan de ser círculos donde existe el objetivo de alcanzar el poder, de llegar a obtener un reconocimiento, un estatus y donde hay muchas luchas tanto a nivel interno como entre organizaciones. Además, todavía no he encontrado ninguna que defienda todos mis derechos y que apoye mi forma de vivir.

Decía que hablaba el otro día con mi amiga. Estábamos comentando acerca de un texto que ella había escrito para un calendario de su organización en el que mencionaba todas las formas de violencia de género. Entre ellas, la imposición cultural que se ejerce sobre las mujeres.

Hablaba ella de que a las mujeres se nos deposita la carga no sólo de trasmitir los valores que cada comunidad establece, sino además defenderlos. Valores, que por supuesto han nacido desde el Patriarcado y que nos han sido inculcados por los hombres sin darnos la oportunidad de discutirlos o negociarlos antes de asentarlos como valores absolutos.

Cada cultura marca un patrón de comportamiento. Impone a las mujeres de todo el mundo las directrices que deben seguir. Así, tenemos como ejemplos el burka, el velo, el pañuelo... o la moda en los países occidentales. 

Si. Para mí, la dictadura de la moda es el burka occidental. Estoy harta de ir de tiendas y no encontrar ropa que me agrade verdaderamente. Los diseñadores, hombres en su inmensa mayoría, se empeñan en vestir a las mujeres según sus fantasías. Y en ellas, todas (clones, desde luego) aparecemos femeninas, sumamente femeninas.

Haced la prueba. Escuchad en la televisión cuando hablan de un desfile de moda. Pasarela Cibeles, Pasarela Gaudí, Semana de la moda en París, Nueva York o Milán. Me da igual el país occidental del que se trate. Siempre, las informaciones empiezan diciendo “Bla bla bla...para la mujer muy femenina...” Hasta cuando las han vestido con trajes masculinos.

Está claro que quien no se somete a esa dictadura occidental sufre las consecuencias. Si quiero otro puesto de trabajo en mi empresa yla compañera que se sienta al lado mío también opta a él, tengo claro que se lo darán a ella porque representa el ideal femenino... falda, tacones, maquillaje...

No sólo soy discriminada por mi orientación sexual sino que mi aspecto físico es un obstáculo también. En este punto llegué a discutir con mi amiga. Ella sostenía que el hecho de ser masculina no me impedía nada. Cómo que no!! Mis mejores amigas hetero siguen empeñándose de vez en cuando en que con un poco de pintura estaría mucho mejor. E incluso mi amiga, feminista, lesbiana y femme, pone cara rara cuando encuentro alguna prenda masculina que me gusta y me la quiero probar.



Ella me decía que a las mujeres árabes se les niega el acceso a sus derechos y que al menos en occidente si tenemos derechos. Tengo que reconocer que llegados a este punto me exalté. Le dije que el hecho de que viviera en un país occidental, en un estado de derecho, en una democracia, no impedía que se me discriminase por mi apariencia masculina, por no seguir los dictados de la moda y por no ser un clon callado como la mayoría de las mujeres. La diferencia, sentencié, es que en los paises árabes si te niegas a seguir las imposiciones culturales, sabes a lo que te enfrentas, a la lapidación. Y aquí, en esta democracia, a mi me lapidan a diario por la espalda. Así que al menos en los países árabes no existe la hipocresía que yo tengo que soportar constantemente.

Y tuvo que darme la razón.

miércoles, 19 de enero de 2011

Se busca...

DESATASCADOR



DE PALABRAS

lunes, 10 de enero de 2011

Realidad o Ficción

Amanda es grande. Muy grande. Tiene que serlo para que le quepa tanta humanidad dentro. Porque tiene un corazón enorme. Y es de esas personas a las que le adivinas un alma gorda, que le sobresale por los poros de la piel.

Llegó de puntillas a mi vida hace unos meses. Sin bulla. Poniendo mucho la oreja y el hombro. Poco a poco fue tomando su lugar y paso a hablarme más que escucharme. Y si voz, dulce, fue calmando mis tormentas al tiempo que vadeaba entre tanto chaparrón.

Amanda sabe que ha sido la isla a la que he llegado después de naufragar. Me ha llevado hasta su isla de fantasía llena de historias mágicas que le bullen en la cabeza y el corazón. Cuando cada noche nos despedíamos me deja con una sonrisa y cierta sensación de irrealidad. Porque ella se maneja a la perfección en ese mundo de fantasía y en cambio yo navego por él con la torpeza de quien acostumbra a tener los pies en tierra firme.

De mirada limpia y anchos sentimientos, Amanda se entrega de un modo absoluto durante el tiempo que dura su visita. Me habla de sus proyectos, de su pasado, de lo que le acontece a diario...pero casi nunca me habla de sus fantasmas, esos que siento que la persiguen en las madrugadas grises, como a cualquiera de nosotras.

Amanda viene a visitarme cada día. Se instala comodamente en mi sofá y charlamos durante horas de multitud de temas. En nuestras conversaciones se alternan las chorradas con las reflexiones, lo cotidiano con el análisis constante de nuestro devenir, las muestras de cariño con los sueños de un futuro mejor. Pero entre todos estos temas casi nunca deja escapar su dolor. La intensidad que imprime a las injusticias que ve contrasta con la frialdad con la que puede describir algo que la pese. Amanda es así, apenas deja traslucir su dolor. Y todavía soy incapaz de saber el motivo.

Tampoco entiendo por qué se empeña en venir a verme y en cambio se niega a que vaya a verla yo. Lo hemos discutido muchas veces. Esa cerrazón, ese portazo, ese no dejarme asomar a su mundo hace que me quede cada noche preguntándome cuando se va, si Amanda no será más que un sueño. Quizá cualquier día abra los ojos con la sensación cálida y agradable que dejan los buenos sueños y el pesar de su ausencia. Porque no se puede vivir permanentemente en un mundo de ensueño. ¿O si?


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