miércoles, 1 de junio de 2016

2 copas de vino blanco después...



Contemplo tu rostro, marcado por esas ojeras profundas. Recorro con la mirada la curva de tus párpados, el delicado perfil de tu pómulo y como siempre me detengo en tu boca. Trazo la misma línea cada vez, de tus ojos a tu boca. Imposible llegar de tu corazón a tus caderas. Tal vez por eso me ciño al rostro. A ese rostro que permanece en mi retina y que llega tras muchas lunas o en algunas olas que he vadeado en todo este tiempo. Mira que han pasado años. Ya no duele. Todo lo más un pellizquito cuando hablamos de las relaciones de nuestras amigas. Porque adivino que tras esa conversación hay aún un muro que nos impide hablar de la nuestra. Desde aquella tarde en el tinao. Cuando descubrí que tu versión y la mía diferían tanto que no merecía la pena siquiera comentar mis pensamientos. Saliste a buscarme junto a la cerca. Allí me había apoyado yo, entre las rocas y el atardecer, para llorar muda por esa maravillosa historia que caía en el olvido. Por esos momentos que al parecer viví sólo yo. Qué distintas son las vivencias, verdad? Por eso quizá, ahora respetamos el muro que construimos aquella tarde y no hablamos de nosotras. O quizá porque ya no tiene sentido. Aunque siempre me quedo con las ganas de decirte muchas cosas. Y más aún cuando me bebo dos copas de vino como hoy y me relajo.Entonces, mi diablillo interior trepa por tu cuello con el firme propósito de llegar a tu boca. Y yo me cruzo de brazos a esperar que se caiga al abismo, mientras mi razón conversa amigablemente contigo. Pienso en esta vida nueva que llevamos cada una, en las pocas veces que coincidimos y en lo que disfruto de los preciosos momentos que compartimos. Y creo que esta vez, las vivencias si que coinciden.

Un beso dulce y rápido en los labios como despedida. Hasta la próxima.
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