sábado, 28 de marzo de 2015

El sentido adormecido

Hoy te he olido. Bueno, no a ti, exactamente. Estaba en un bar, en Lavapiés. Charlaba con unas amigas y de repente me ha llegado un olor que he reconocido al instante. He tratado de seguir el rastro de ese olor y de manera inconsciente te he buscado entre la gente. Pero no, no estabas.

Me he sorprendido al darme cuenta de que no recordaba en absoluto tu olor hasta que lo he olido. Y en ese momento lo he identificado perfectamente contigo.  De nuevo he posado mi nariz en tu cuello como hacía al abrazarnos. Y he vuelto a aquel frío colchón y las velas que nos iluminaron aquella noche. He vuelto a las sombras que bailaban sobre la pared mientras nuestros cuerpos ejecutaban la lenta danza del sexo. La habitación guardaba otros olores intensos pero el tuyo me anegaba. Y ese olor se transformaba en mi deseo. Si...cómo te deseaba. Cada célula de mi cuerpo te estuvo buscando durante meses hasta que te encontró. Hasta la tarde de sofá en que se entrelazaron las caderas y dejamos atrás el único sentido que nos incomodaba, el sentido común.

Aquel deseo dolía.  Dolía mirarte y verte sonreír. Dolía tocarte y notar al momento las corrientes que me erizaban el vello. Pero sobre todo, dolía saber que calmar aquel deseo nacido de la honestidad, sólo traería silencio. Que la intensidad se diluiría entre líneas y espacios. Que abrirías la veda del reproche. Que mi nariz ya no buscaría tu olor. Hasta esta noche.

Esta noche te he olido. Pero ya no eras tú. Erais todas las mujeres que alguna vez deseé. Éramos nosotras danzando al son de las pieles y de todo lo que hay más allá y casi nunca alcanzo a tocar.

Mi sentido adormecido ha despertado y de la manera más primitiva me ha recordado cuánto te deseé. Algunos olores, como el tuyo, quedan anclados en el subconsciente. Pero no, no vivo de recuerdos. Hace mucho tiempo que vivo de amnesia. Tal vez haya llegado el momento de que todos mis sentidos se activen de nuevo.

lunes, 23 de marzo de 2015

Encuentros, desencuentros y hallazgos

Sigo escribiendo los domingos. No sé cómo lo hago pero es cuando encuentro el remanso de paz que necesito para sentarme al ordenador. El resto de los días me voy liando yo sola.

Han trasladado de centro de trabajo mi departamento. Incluso nos hemos cambiado de ciudad. Ahora, llegar a mi trabajo se convierte en una aventura diaria que a lo tonto me genera estrés. Mi nueva oficina es más amplia y hemos descubierto que en la cafetería dan unos pinchos de tortilla impresionantes a 1 euro. Esto último no sé si meterlo en la lista de pros o contras... El cambio me ha permitido reencontrarme con gente que hacía al menos dos años que no veía. Incluso a algunos que conocí al entrar en la empresa hace ya 21 años. Les veo con la misma cara pero noto el paso de los años. Supongo que quien me recuerde o reconozca pensará lo mismo.

Hoy el el cumpleaños de mi padre. Le preparé de regalo unas galletas que llevaban impresas fotos de su vida. Todo comestible. Le hizo mucha ilusión verlas pero no se las quiere comer. Está pensando en "enmarcarlas" y por más que le digo que se van a poner pochas no hace caso. Con las ganas que tenía yo de comerme su galleta de bebé...

Cuando fui a recoger las galletas pasé por una librería y se me ocurrió entrar. Allí encontré a precio de saldo, el último ejemplar que les quedaba de un maravilloso libro...


Qué posibilidades había de que yo entrara en la tienda ese día, a esa hora y encontrase el último ejemplar?
Casualidad? quizá la misma que me hizo buscar de nuevo unas figuras de Lego que llevaba buscando casi un año. Lego había anunciado oficialmente que no iba a volver a producir las figuras de las mujeres científicas. Removí cielo y tierra y las encontré pero a precio de mírameynometoques. Hace unos días, tras leer el comentario de alguien en facebook, busqué de nuevo y las encontré a la venta en el Corte Inglés a precio de buenovengava!

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Esta tarde fui a un cine madrileño, propiedad de la SGAE donde hacen ciclos de películas. En esta ocasión es un ciclo sobre "Amigas". He visto por primera vez Pepi, Luci, Bom... y a la salida, he visto (en este caso no era la primera ni la segunda vez) a una mujer con la que hace un tiempo tuve una cita muuuuy fallida. Ha pasado por mi lado y ni me ha saludado. Ya ha ocurrido otras veces... digo lo de que esta tía me vea y no me salude. Y no entiendo qué la lleva a hacer como que no me conoce. No sé, últimamente me tropiezo con bastantes tías gilipollas. Alguna incluso lee mi blog, que es lo que más absurdo me parece. 

domingo, 15 de marzo de 2015

Latidos


Me quedo extasiada viendo como Ana y Sara tocan la txalaparta juntas. Tiene algo mágico el movimiento de los brazos golpeando con los palos la madera. El improvisado ritmo, la fuerza y energía, el sonido cambiante... Veo a Sara girar la cabeza en ese gesto que repite cuando toca. Se abstrae de lo circundante y se concentra en la suma de sonidos.

Cada golpe suyo contra la madera me ancla a la tierra. Mi cuerpo recibe el sonido y junto con él, la energía y vibración que desprende la txalaparta. Y cada nota me evoca el motivo por el que me gusta la percusión.

Primero fueron las manifestaciones donde perseguía a los grandes tambores, después llegó la temporada de los cuencos tibetanos y al final de todo ese proceso encontré la batucada.

Aunque la clave la descifré en el colegio, no la había vuelto a recordar hasta ahora. Allí, en la clase de música había un pandero de sonido grave. Me entretenía golpeándolo al ritmo de mis latidos simulando que aquel instrumento era un corazón enorme lleno de vida.

Si, cuando ensayo con la batucada siento que el sonido del repique que toco es el propio sonido de mi corazón. Sara me lo recordó en la fiesta y sé que nos une ese sentimiento. Nos lo trasmitimos cuando nos abrazamos. Mis compañeras me dicen que toco muy alto, lo que traducido a un lenguaje coloquial significa que le doy bien fuerte. Tal vez sea porque necesito escuchar mi corazón entre tanto bullicio, necesito saberme viva por encima de todo.



martes, 10 de marzo de 2015

El abrazo que desata


Acudiste a mí y sin mediar palabra me diste un beso tierno en los labios. Tal vez habría echado de menos que las bocas permanecieran unidas. Pero sólo porque nada me hacía presagiar lo que ocurrió a tu lado.

Nos abrazamos y el tiempo se detuvo. Cesó el sonido de la batukada. Se apagaron las voces de las mujeres que nos rodeaban y perdí la conciencia de dónde estaba. Tan sólo éramos tú y yo en un nuevo espacio construído.

Quedémonos a vivir en ese abrazo. Más allá de mis demandas y tus sentencias. Más acá de dudas o pasados.

Por un momento olvidé tantos temores. Sentí que en tus brazos se deshacía el nudo que me apretaba y mis pensamientos de nuevo llegaban reposados. No hubo más que sentimiento. No hubo menos que ese abrazo.
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