domingo, 24 de enero de 2016

Simplemente silencio


Hay noches en que sueño tan dulce que no quiero despertar.  Luego abro los ojos y viene la Vida...

Hice la foto con el móvil


Recuerdo una tarde de enero de 2009. Nevaba en Madrid de forma intensa. Estaba en casa preparando una tortilla de patatas y esperaba a la activista coqueta. Había quedado con unas amigas y después vendría a mi casa a cenar y a dormir. Miraba por el balcón y veía la calle toda cubierta de nieve. La Catedral tenía un aspecto fantasmal bajo el cielo blanquecino. 


Cuando me avisó de que ya venía, bajé a la calle a esperarla. Quería tirarle una bola de nieve. Pero nada más salir del portal me asombró el silencio que había. Un silencio quedo, únicamente roto por algún coche que pasaba despacio. Subí hasta la esquina de casa para no tener el abrigo de los balcones. Allí levanté mi cara al cielo y extendí los brazos. Dejé que la nieve se posara sobre mí. Los copos descendían raudos y me alcanzaban dejando pequeñas huellas blancas a lo largo de mi cuerpo. Sola en la calle, envuelta en el silencio más hermoso que haya escuchado nunca, tuve la sensación de que el tiempo se detenía. Los árboles del parque y yo éramos testigos de aquel instante perfecto.

Esta mañana he visto unas fotos de Nueva York nevado. Por un momento, me he sentido allí, como si me hubiera trasladado de manera mágica y estuviera junto a la fuente de Bethesda o cruzando el Bow Bridge. He podido sentir de nuevo ese silencio perfecto que a veces logro substraer de la realidad y depositarlo en mí. Porque tras un sueño dulce, viene la Vida. Y entonces necesito quedarme en silencio.


Ambas fotos son de la Agencia AP



martes, 12 de enero de 2016

La vuelta tranquila


Salgo tranquila de la oficina. Sin las prisas de los últimos meses y el temor a perder la ruta. Ahora tengo la parada de metro a 70 pasos. Mientras desciendo por las escaleras mecánicas sacó el ebook de la mochila y miro la pantalla al encenderse.

Oigo que se aproxima un tren al andén. Sigo leyendo imbuida ya en la historia que dejé esperándome por la mañana... Aunque no logro sentarme no me preocupa, me agarro a la barra y me zambullo entre letras.

Al cabo de 15 minutos tengo que hacer un transbordo. Noto el nerviosismo de la gente al ver que el tren que debemos coger ya está esperando en el andén de enfrente. Se atropellan en la puerta de salida y emprenden una carrera por alcanzar el torno los primeros. Me sonrío. Dejo que me adelanten y hasta que se cuelen. No tengo prisa. He decidido que voy a esperar tranquilamente al siguiente tren.

Si, no me importa llegar 10 minutos más tarde a casa. Después de meses, he recuperado el ritmo de mi vida. Me he hecho consciente de que esos momentos, la hora siguiente a salir del trabajo es mi tiempo de lectura. Y saboreo dulcemente cada línea deseando que no acabe la vuelta a casa.

Pienso en los libros que me he leído ya desde que he vuelto a utilizar el transporte público para llegar al trabajo. Y no sé de qué manera, enlazo con las películas que he visto en el último mes.... la mayoría han sido basadas en personas reales... Steve Jobs, El Desafío, Joy, Sufragistas, La chica danesa... las primeras me han aburrido. Mucho. Las últimas han conseguido emocionarme, arrancarme lágrimas o sonrisas... en definitiva sentimientos.

Y de repente, como en un flash me vienen a la cabeza unas imágenes de dos mujeres en un cuarto de baño. Mientras una se desmaquilla, la otra la observa. La retira el pelo y la acaricia suavemente el cuello. Entre susurros se quedan frente a frente y recorren sus pieles sonriendo. Al fin ese primer beso. Mi cuerpo se llena de escalofríos. Son sólo ficciones, pienso. Los libros, las películas, estas imágenes que has recordado. Pero de pronto tengo la certeza de que soy yo la que está infundiendo el ritmo a mi vida y que en algún momento esas ficciones me alcanzarán y se harán realidad.

El vagón se detiene. Miro por el cristal y descubro que he llegado a mi destino.

miércoles, 6 de enero de 2016

Regalar ilusiones


No disfruto con las Navidades. Nunca cojo vacaciones y procuro no moverme mucho por el centro durante esos días para no agobiarme con el gentío.

Sin embargo ayer cortaron la Gran Vía y Madrid se convirtió en ese oasis que es cuando puedes pasear por la calzada desierta. Estaba cerca de Cibeles y al ver el Ayuntamiento iluminado y la musica que sonaba en el inicio de la Cabalgata si que sentí deseos, por primera vez desde niña, de acercarme a contemplar. #NoteloperdonaréjamásCarmena.



Estoy segura que también tiene mucho que ver con unas amigas que me contagian toda su ilusión. Unas amigas, que viven la Navidad y sobre todo los Reyes. Que llenan su casa de calidez y te acogen siempre con lo que lleves, con lo que tengas y sobre todo con quien eres.

Desde fuera puedes ver las lucecitas, los faroles, las figuras mágicas... todo eso que por sí sólo no representa nada. Pero te hace entrar en el lugar donde habitan las ilusiones.

Bajo el árbol encuentras una carta que te han escrito las Reinas Magas y que ellas te entregan junto con un presente cuidadosamente recogido en una bolsa de gatitos. Y eso es magia. Sentir que han pensado en ti, que te han invitado a su hogar y que te han regalado sus ilusiones.
Eso es magia, de verdad. Que te contagien vida. Que percibas que lo hacen porque quieren, porque disfrutan buscando un detalle para ti y porque anhelan tu compañía. Es magia sentirse niña de nuevo y descubrirte llena de sonrisas

Después llegan las canciones desnudas, la guitarra, las voces dulces y la carne de gallina. Los sentimientos en clave de sol y las notas que habrían acompañado perfectamente a mi anterior post.

Vuelvo a casa de madrugada y entro de puntillas. Aquí tengo a mis propias Reinas, las gatinas.


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