domingo, 29 de mayo de 2016

La vida de los otros


Los domingos, las vidas de los otros siempre parecen más interesantes. Como si las maravillosas fotos que la gente cuelga en Instagram fueran sus calcos y no estuvieran llenas de postureos. Todo es luz, sonrisas, colores vivos, naturaleza y flores o rincones y amigos.

Y hay quien se empeña en pensar que lo suyo es mejor que lo de al lado. Quizá es que necesiten esa excusa para seguir soportando las propias miserias. Los domingos, supongo, hay gente que no se mira en el espejo.

Por eso, cuando mi vecina, la alcohólica, me ha encontrado en la tienda de comidas caseras pidiendo una pechuga de pollo y unas patatas, ella ha pedido lo mismo y me ha dicho eso de... claro, como tú y yo estamos solas, pedimos media ración de patatas. Le he aclarado que yo había pedido una ración entera y ahí se ha entusiasmado contándome que ella sólo pide media ración porque se controla mucho. Toda su charla venía acompañada de un olor a cerveza que se me estaba haciendo insoportable. Me han dado ganas de contestarle que a ver si también se controlaba para luego no tener que subir las escaleras hasta el 3º a gatas, como la he visto alguna vez. Pero da igual. He entendido que la pobre necesita sentir que su vida es mejor que la mía y la he dejado allí toda despeluchá con su media ración.

En otra época la habría contestado, seguro. Pero supongo que en esta época centro muchas energías en intentar ayudar a mi madre. Y en soportar el dolor de espalda que tengo desde que me caí haciendo el puto "humor amarillo" del curro. Ya ves. Intentando desconectar un poco me propuse hacer lo mismo que el resto de mis compañeros. Subirme al toro mecánico, el futbolín humano, los gladiadores y todo eso con unos 15 años más y las lorzas que me adornan. El resultado fue una caída de cabeza desde 2 metros. Y doy gracias de que no ocurrió nada más.

En realidad siempre he pensado que mis dolores físicos más fuertes suelen aparecer para mitigar el dolor del alma. Como cuando me atropelló el coche. Y aquí estoy, dos semanas después, a base de drogas legales.

Hoy domingo, me he mirado en el espejo y he pensado... "Es mi vida y es lo que hay". Sinceramente, no me apetece cambiarla por otra. Ni pedir media ración de patatas.




miércoles, 11 de mayo de 2016

Escuchando a las ballenas

Estoy agotada.

Este fin de semana ha sido la primera vez en unos dos meses largos que he tenido un día libre. Lo habitual es que trabaje, que esté con mi madre o que tenga la jornada completa con las dos actividades.

Mi cuerpo pide tumbarse panza arriba y no hacer nada. A ser posible al solecito. Quería irme el puente de San Isidro a casa de una amiga que vive a pie de playa pero al final me quedo. Echaré una mano a mi padre y estaré con las gatinas que muchos días cuando llego a casa me miran con cara de... tú quién eres? Ah si! eres esa humana que solía vivir aquí y que ahora sólo viene a ponernos de comer y dormir.

Al fin los médicos nos dieron una buena noticia. Lo que parecía ser terminal quedó descartado. No sabemos si en algún momento podrá volver a estar como los días previos a la caída en picado. No sabemos si podrá abandonar el oxígeno o si podrá volver a salir a la calle para algo que no sea ir al hospital. Quiero apostar a que si. Siempre ha sido una mujer muy dura y hasta terca. Si algo se le ponía en la cabeza tenía que ser así. De momento parece que podrá conocer a mi sobrino. Y tendremos que ir viendo cómo evoluciona día a día.

Ahora que se encuentra algo mejor cuesta estar con ella. A ratos no quiere hablar con nadie, exige mucha compañía de mi padre y mía, luego dice que me vaya, al rato que vuelva para ayudarle a respirar. Nunca me hubiera imaginado que respiraríamos juntas, o que hiciese algo parecido a la meditación. Tampoco había imaginado nunca que la volvería a tocar y hasta la ducho.

Cuando vuelvo a casa por la noche y al fin me meto en la cama, me quedo pensando en que todo este viaje está siendo no sólo suyo sino también mío. Una montaña rusa emocional. En este tiempo es como si se hubiese concentrado una vida nueva, completamente distinta de nuestra Historia anterior. También yo necesito respirar e integrar toda esta experiencia. Así que pongo en el móvil la aplicación que tengo para dormir y comienzan a sonar los cantos de ballenas.

Lúa se asusta y no vuelve hasta que cesa el canto, al cabo de unos 10 minutos, pero Zoe se acurruca junto a mi hombro. Cierro los ojos y acaricio a la peludita. Al cabo de pocos segundos me dejo mecer por el sonido de las ballenas y caigo en un sueño profundo, que anoche por primera vez en mucho tiempo, se llenó con imágenes dulces.



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