sábado, 25 de junio de 2011

Por qué yo no tengo un mariliendro

He comido con la estupenda noticia de que Nueva York ha aprobado los matrimonios homosexuales. Viva la Gran Manzana!!! Un motivo más para amar esa ciudad. Desde ya os pido que si conocéis a alguna muchacha soltera y apañada que viva allí le hagáis llegar mis datos. Estoy más que dispuesta a saltar el charco para cumplir el sueño de mi vida...pasar una temporada en la ciudad de los rascacielos. Y si es ennoviada, mejor que mejor!

En el informativo de la 6ª han sacado también un reportaje de gays y mariliendres. Se nota que se acerca el Orgullo, los medios progresistas se llenan estos días de informaciones “rosas”.

Pues bien, aparecía en el reportaje dos amigos gays con su mariliendre. Daban la definición y los gays reconocían que es más que una amiga, como una hermana y que no sabrían vivir sin ella. La mariliendre, por supuesto, lucía orgullosa ella su amistad con los chicos gays y manifestaba que aunque tenía amigos hetero no había ni punto de comparación. Aparecían en Berkana los tres comentando los buenos que estaban los chicos de las portadas de las revistas, iban de compras y después seguramente se irán de copas.



Claro, en seguida me ha salido la vena feminista y he empezado a despotricar....claro, sólo sacan a chicos homosexuales, como siempre las mujeres somos invisibles...En mi defensa diré que ando con la visita de mi prima Inés (la visitante de cada mes) y el grado de tolerancia bastante bajo.

Luego me he tranquilizado y he empezado a analizar la cuestión. Pero vamos a ver...acaso las lesbianas tenemos mariliendros? Necesito vuestra ayuda...porque yo no conozco a ninguna mujer lesbiana que tenga un amigo íntimo hetero con el que salga de compras o de juerga...

Me he puesto a pensar en mi amigo José, bastante gay él y lo más parecido a un mariliendro que he tenido yo. Éramos confidentes pero había un punto de distanciamiento. Las mujeres. Y es que él se empeñaba en mandarme mails con las típicas tías que salen en los calendarios de los camioneros, en plan Pamela Anderson y rubias neumáticas por el estilo. Se pensaba que por el hecho de que me gusten las mujeres, mis gustos deben ser similares a los de un alto porcentaje de hombres que piensan que cuanto más grandes tengan las tetas una mujer, más buena está.

No, yo no disfruto de als vistas de Supervivientes. No me atraen en absoluto tipas como la Sonia Monroy esa o la modelo siliconada de turno. Tampoco me pirran las modelos que desfilan por las pasarelas, ni la Megan Fox de moda. Soy mucho más de andar por casa.

Y claro, por más que explique que no me gusta el fútbol, que se me da fatal jugar con las videoconsolas, que no colecciono posters de tías buenas y que no me vuelvo por la calle cuando pasa una con minifalda...ná, el común de los hombres cree que tienes que parecerte a ellos.

Así que, aunque sé que no se puede generalizar, me atrevo a opinar que ese es el motivo por el que las lesbianas no tenemos mariliendros. Porque aunque compartamos con ellos el gusto por el sexo femenino, nos separa un océano de clichés que no cumplimos en absoluto. Simplemente somos como somos...diferentes a ellos.  

lunes, 20 de junio de 2011

La seguridad de los objetos


Cuenta la leyenda que hay una tribu africana donde todas las mujeres conforman un grupo unido de por vida. Desde que son pequeñas se acompañan, juegan juntas, se ayudan en las tareas familiares, se apoyan en los malos momentos y por supuesto ríen mucho juntas.

Cuando una de las mujeres se queda embarazada y le queda más o menos un mes para el parto se aleja de la tribu, se adentra en la selva y llega hasta una cueva donde esperará el momento de dar a luz de un modo natural. A partir de ese momento, las restantes mujeres de la tribu se acercan cada día para darle provisiones, acompañarla y para llevar a cabo un curioso ritual.

Durante el mes que dura la estancia en la cueva, las mujeres van componiendo día a día una canción para el bebe que va a llegar. Esa canción que nunca es igual a otra es la que acompañará de por vida al bebé.

En el momento del nacimiento comienzan a cantar la canción para que sea lo primero que oiga el bebé. Le cantan la misma canción en su cumpleaños, en los ritos de paso de la infancia a la juventud y de ahí a la madurez, se la cantan en su boda y por supuesto en su lecho de muerte y en su entierro. Pero hay otro momento en que también se la cantan y es en el caso de que ese hombre o mujer haga algo erróneo o malo.

Con esta tradición pretender hacer que las personas recuerden en cada momento quienes son. Que asocien su identidad a algo tan sencillo como una canción y que si en algunos momentos de su vida se extravían o alejan del camino, puedan regresar a la buena senda recordando quienes son.

La canción, a modo de mantra espiritual es algo que llena de orgullo a sus dueños y ellos mismos la cantan en momentos difíciles para animarse y encontrar el valor que necesitan para enfrentarse a los retos y tropiezos de la vida.



En nuestro mundo, mucho más material, tendemos a otorgarle ese valor a objetos materiales. Recordad cómo probablemente todas vosotras tuvierais de pequeñas un objeto del que no queríais separaros. Un osito, una mantita, una botella de agua...Es posible que guardéis todavía alguno de esos objetos en algún rincón de casa.
A lo largo de nuestra vida acumulamos otros objetos que de igual manera representan valores importantes para nosotras. Un anillo regalado por la pareja, unas fotos símbolo de lo bien que lo pasamos un verano, unas flores secas que un día simbolizaron el amor... Son objetos que nos proporcionan seguridad, que nos permiten aferrarnos a quienes somos y guardan memoria ancestral de nuestra existencia...

Cuando bajé a Granada en marzo, me encontraba paseando con Mercedes por la calle Elvira, llena de comercios de moros y vi una chaqueta de esas hippys, de algodón a rayas. Era morada, el color que me ha vestido el último año. Me encapriché y Mercedes tuvo el detalle de regatear por mí con el comerciante para sacarla más barata.
El viaje a Granada significó el inicio de mi recuperación y esa chaqueta me lo recordaba a cada momento. Pasó de ser una simple ropa de abrigo a representar mi ilusión por estar bien, mi recién alcanzada pequeña paz interior y la emoción de haber conocido a personas que se habían volcado conmigo pese a no conocerme. Volví a Madrid con el corazón lleno de agradecimiento y cariño y muy contenta por haber podido conocer a Candela, una de las blogueras con las que más afinidad sentía.

La vida ha querido hacerme un regalo increíble esta semana. Me ha dado la oportunidad de acoger a Candela en mi casa y poder devolverle el cariño y los mimos que ella había vertido en mi estancia en Granada.

Hemos hablado durante horas, hemos reído, hemos dicho cosas muy serias y chorradas muy grandes. Hemos compartido espacio, soledades, sentimientos, heridas del alma...y a pesar de que las circunstancias eran dolorosas nos hemos despedido hoy con un abrazo enorme y una sonrisa.

No puedo dejar de agradecer a la vida esta maravillosa oportunidad de haber cuidado en la medida de mis posibilidades de alguien a quien aprecio tanto. Volviendo de cenar de casa de Farala el viernes (gracias por la cena y sobre todo, por el buen rato que pasamos en tu casa con Lenteja, Izel, Kali y la anfitriona), me dijo que tenía frío. Me dio pena no tener la chaqueta morada para abrigar su alma del mismo modo que ha abrigado la mía estos meses atrás.

Mi compañía, mis palabras, mis silencios cuando hablabas tú, querida Candela, mis bromas tontas sobre el pantalón que se te caía, las caricias compartidas a Zoe, mi carne de gallina al escucharte contarme algunas cosas y cada sonrisa que te he mostrado estos días...todo formaba parte de la canción que te he compuesto para que te acompañe a partir de ahora. Y para que la recuerdes cada vez que extravíes el camino...

PD Y para que no quede tan serio el post...aquí va la imagen de una Candela marciana...posando como una autentica modelo!!




martes, 14 de junio de 2011

Momentos dulces, momentos amargos.

Llevo un par de semanas rara, muy revuelta, nerviosa...duermo mal, o me despiertan los vecinos de arriba con sus broncas o me despierto yo solita con pesadillas...

Así que cuando tengo ánimos me lanzo a la calle, a disfrutar del triángulo de olor que hay en mi barrio.
Paso junto al Jardín del Moro. Allí, en su rincón sur, junto a la casa del guarda hay una enredadera de jazmín que en días de primavera derrama dulzor. Subo por mi calle embriagada por el aroma de las acacias. Con un olor mucho más tenue juego a cerrar los ojos y dejar que mi nariz olfatee buscando el árbol que huele. Continuo calle arriba para detenerme junto a la tapia del Jardín de Anglona. Sobre su tapia se despeña tanto jazmín que si inspiras profundamente puede llegar a marearte.

Respirar esos olores me dan vida. Dejo que el dulzor de la primavera me impregne antes de irme a Valencia para el nuevo taller de mi curso.

En el Huerto de la Bomba (en un pueblo perdido de Valencia) he pasado un fin de semana encantador, rodeada de naturaleza, de agua, de sororidad... Me ha tocado madrugar mucho más de lo que he hecho en los últimos meses, he dormido muy poco pero era la última en abandonar las charlas junto a la piscina por la noche.

Me ha tocado ducharme con agua fría, caminar sobre rocas escarpadas con los ojos vendados, gritar hasta quedarme afónica buscando mi voz. Pero el esfuerzo físico no ha sido nada comparable con el agotamiento mental que me he traído. Si, ha sido muy duro para mí. Y ahora escribo sin ganas. Me niego a pensar. Mi mente se pone en huelga de lógica caída. Es mi mecanismo de defensa frente a una situación que me está superando en estos momentos.

Nos han contado en el curso que frente a un desencuentro con alguien hay dos posibilidades. Si para ti no es negociable, salir de la situación, marcharte. La otra opción como nos dijeron es “correrse”, cambiar tu posición frente a ese tema. ¿Pero qué haces cuando no tienes fuerza ni voluntad para tomar una de las dos opciones?

Pese a todo me quedo con una sensación muy buena del fin de semana. He jugado con una gata de 17 años y su cría de 4 meses!! He huído de dos mastines enormes y ciertamente babosos, me he bañado desnuda por primera vez en mi vida acompañada de mujeres con las que no tengo una amistad de años, he disfrutado, he reído a carcajadas, he llorado...en definitiva...he vivido.








   




Ahora toca salvar ese desencuentro que me tiene bloqueada, salir del encierro y no negarle a ella los abrazos o besos que me pide aunque me duela sólo rozarla.




PD Creo que mi cabeza está pidiendo a gritos que me esquile de nuevo.

lunes, 6 de junio de 2011

La ley del Silencio

No sé si os he mencionado alguna vez que tengo un primo gay. Es hijo de un hermano de mi madre. Podría decir que es hijo de un tío mío, pero entre las particularidades de mi familia materna se encuentra que no llamamos tíos o tías a los hermanos y hermanas de mi madre. Siempre nos referimos o nos dirigimos a ell@s por su nombre de pila. Mis primos tampoco se refieren por ese apelativo a mis padres. Es una relación peculiar, supongo.

Lo de mi primo lo descubrí hace muchos años. En un funeral al que asistimos todos (son las únicas ocasiones en las que nos juntamos los 20 familiares directos) le vi y recuerdo que sobre la marcha pensé...es gay. Yo debía tener 18 años y él 13. Al parecer sufría de migrañas y le estaban haciendo toda clase de pruebas médicas pero aquella fragilidad, la mirada huidiza y el cuerpo encogido lo asocié a la delicadeza propia de la pluma gay. Poco quedaba de aquel niño que de pequeño era el mismo demonio y se divertía mordiéndome cada vez que me veía.

Pude confirmar mis sospechas, más que fundadas, en el velatorio de mi abuela hace cinco años, al que él asistió con su novio. Al parecer, aquella fue su salida oficial del armario para el resto de la familia. Eso si, nadie decía nada de forma abierta...todo eran eufemismos: su amigo, su compañero de piso (de una sola habitación)...

Lo curioso es que mis padres saben que soy lesbiana, sus padres saben que es gay, pero entre ellos no han hablado de nosotros. Parece que en la familia impera una ley del silencio sobre este tema tan obvio. En cierto modo tengo que respetar que mis padres estén metidos en el armario, pero no entiendo que mi madre no hable con su hermano de algo que les atañe a los dos.

Menos mal que no tiene un pelo de tonto. Estas navidades estaban tomando algo en casa de mis padres y de coña apareció una toalla con la imagen de una modelo caracterizada como una sirena. El hermano de mi madre la cogió y se envolvió con ella. Al momento empezaron a circular las típicas bromas hetero pero él me miró fijamente a los ojos delante de media familia y me dijo:

- ¿Te has encontrado con una mujer así alguna vez? 
- La verdad es que no -respondí- pero ya me gustaría!! Si me la encuentro en algún momento ya te contaré. 


Hecho. Cómo salir del armario en 30 segundos sin traumas ni azúcares añadidos. Lástima que mis padres no estaban en el salón en aquel momento...Se hubieran dado cuenta de que ocultarlo es dotarlo de una importancia que para algunas personas no la tiene.

Ahora he encontrado a mi primo en el facebook. Le he propuesto una caña, para hablar nosotros abiertamente de lo que nuestros padres evitan. Es hora de romper el silencio!!

PD Hormiga, ¿me dejas tu megáfono?

viernes, 3 de junio de 2011

Cuestión de Identidad

Aprendí a leer con algo más de tres años.

Fui muy precoz en eso. Mi hermano, un año mayor que yo, estaba aprendiendo con cuatro años y en aquella época yo le profesaba tal admiración que me fijaba en todo lo que hacía. Así que aprendí a leer viéndole a él. Cuando las profesoras y las monjas de la guardería se dieron cuenta de que con algo más de tres años yo ya leía le echaron la bronca a mi madre. La niña leía y lo que no hacía era dormir.

Cada tarde nos montaban unos colchones para dormir la siesta y yo me pasaba el rato dando vueltas. No recuerdo si daba guerra, supongo que si, Apenas hablaba con alguien que no fuera de mi familia así que no sé qué clase de guerra daba. La monja que nos cuidaba se hartaba de mí, me llevaba a otra sala, me regañaba y me amenazaba con hombres del saco, coqueros y todo tipo de personajes masculinos horrendos. Pero daba igual, yo seguía sin dormir. Así que decidieron aprovechar mi capacidad de aprendizaje y me tenían la hora de la siesta leyendo cuentos. 

En las Navidades del 78, con los seis años cumplidos en agosto, los Reyes Magos me trajeron una versión algo reducida y edulcorada del libro de Mujercitas. Por la noche, antes de intentar que me durmiera, me dejaban leer un poco. Cuando terminé de leerlo quise comenzar de nuevo. Creo que mis padres nunca supieron por qué sentía tanta pasión por aquel libro.

Podéis imaginar que el personaje que me atrapó fue el de Jo. Recuerdo quedarme mirando la portada del libro, en la que aparecía una ilustración de una chica sonriente con el pelo corto acompañada de sus tres hermanas muy señoritas. Aquella ilustración me enseñó que era posible ser chica, llevar el pelo corto y ser feliz. También me encantaba la idea de que la incansable escritora de historias hubiese acortado su nombre. Fue entonces cuando yo decidí que sería Chris.

Ese no es el nombre que aparece en mi carnet de identidad. De hecho, el oficial es compuesto y nunca me he sentido identificada con ninguno de los dos. Con seis años escogí mi nombre, con el que quería que me llamaran. A los 11 comencé a firmar con él. Y aunque me costó muchos años entender y verbalizar la motivación de mi decisión, sabía que tenía que ver con mi identidad.

El nombre por el que me llamaban en el colegio, en mi casa, mi familia...era el de un personaje que se habían inventado ellos. Alguien a quien habían dotado de unos rasgos físicos determinados, de una personalidad concreta y a la que le habían asignado un lugar y una posición tanto dentro de la familia como en la vida.

Desde muy joven me rebelé contra esas ideas. No, yo no era la niña de melena castaña, de buenos modales, con vestidos de flores y verdugo azul marino. No era la comparsa de mi prima, que me llevaba 11 meses y 12 días, no era a la que obligaban a disfrazarse en las fiestas y a bailar con faldita y lazo en la cabeza.



Era y soy Chris. Con mis particularidades físicas, mi pelo corto, mi supuesta androginia, la ropa holgada, los vaqueros y las zapatillas de Converse. Soy Chris, tímida por naturaleza pero dicharachera en la intimidad. Soy Chris, la bollo, la cariñosa, la detallista, la borde y sarcástica, la amante de la naturaleza...

Soy Chris, de las pocas bolloblogueras junto con Lena que no utilizo un nick para identificarme. Es el nombre que me identifica , la persona que soy y no la que siempre han querido los demás que fuera.

Me comentaba hoy una bloguera que ha cambiado su blog por motivos de fuerza mayor, que no se siente identificada con su “nueva personalidad” Y es que creo que el nombre es parte de nuestra identidad. Nos forma, nos resume, nos dota de nuestra esencia... No os ha ocurrido nunca que habéis conocido a alguien y al presentarse habéis pensado que no le pega nada el nombre?

Curiosamente, algo que nos define de tal modo, nos viene impuesto. Muchas veces se corresponde con la ilusión de nuestros padres que nos han imaginado aún antes de nacer. En el caso de las adopciones resulta aún más extraño. Si vienen de paises donde no se habla español es casi seguro el cambio de nombre. ¿Alguna vez nos hemos planteado que sienten los niños adoptados con más de tres años, cuando no sólo cambian la cultura sino que además se ven obligados a adoptar una nueva identidad?

Y todo este rollo....para contaros que una marca de bebida isotónica va a cambiar de nombre. Y han lanzado una campaña publicitaria en la que te animan a que contactes con ellos si quieres cambiar tu nombre.

Llevo años queriendo cambiarlo, así que entré en la “promoción” rellené el formulario, solicité los certificados que necesitaba, hablé con los testigos que me exigen para acreditar que llevo toda mi vida haciéndome llamar Chris...y me contestan hoy que mi cambio de nombre no es viable porque resulta intrascendente para la Dirección General del Registro y el Notariado.

Obviamente para ellos resulta intrascendente, pero cuando alguien solicita un cambio de nombre no creo que lo haga por mero capricho. Al menos para mí, resulta vital cerrar el círculo que inicié hace tanto tiempo y que me asignen el nombre con el que me identifico.

¿En qué país tan avanzado vivimos si te permiten cambiarte de sexo, pero no te dejan ponerte el nombre que quieres?  

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