domingo, 20 de enero de 2013

Antes de que se cierren mis ojos



Las que habéis estado alguna vez en el Rincón del Arco Iris ya conocéis la distribución de mi casa, tan típica de principios de siglo. Del pasado, no de este. Para las que no habéis estado, os diré que mi habitación y el salón se comunican por un vano, una oquedad grande en la parte superior de la pared.


En ese vano suele tumbarse a menudo Zoe para contemplar las cosas desde la altura. Lúa tardó unos meses en llegar hasta arriba, pero con lo inquieta que es, no se queda mucho rato. Utilizan la mesa del salón como trampolín. Desde ahí se impulsan para llegar. Y cuando se hartan de estar ahí, bajan a través de la mesa o se pasan a la habitación y saltan a mi cama.


Por las noches, cuando me acuesto, la luz de las farolas de la calle entra por el balcón que queda justo enfrente del vano y desde allí se refleja en el armario de mi habitación.


Bajo el edredón nórdico, doy vueltas sobre mi propio eje mientras encuentro la postura esperando que me venza el sueño. Al cabo de un rato, me hago un burruñito y me quedo mirando hacia el armario. En esos momentos, Zoe suele estar a mi lado y Lúa subida al vano.


Contemplo su sombra reflejada en la puerta del armario, sus orejas puntiagudas y su esbelta figura. Permanezco unos minutos pensando en toda la ternura que me provoca cada vez que me mira con sus grandes y redondas pupilas. Sonrío mientras recuerdo las charlas que me da con sus alegres “mia!” y cómo me ronronea mientras masajea mi tripa en tardes perezosas.



Así, mientras veo su sombra recortada, la tranquilidad y el sueño se apoderan de mí. Y pronuncio su nombre, la llamo por última vez en el día, antes de que se cierren mis ojos.







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