En la película El Olivo de Iciar Bolláin, la protagonista, Alma, emprendía un viaje hacia una utopía. Y lo hacía con esta frase... "A veces te tienes que lanzar de cabeza y la gente te ayuda por el camino".
Hace un par de semanas soñé con llegar más allá de la isla de los Dragones para entregar un abrazo que me ardía. Cuando me lancé a mi utopía encontré la mejor gente. El amigo que sabía lo importante que era ese viaje para mí y me dio el billete de ida y vuelta, la amiga que se pegó el madrugón en su día de descanso para llevarme al aeropuerto, la señora que me cedió el asiento de ventanilla para que pudiera hacer esta foto y recordar el viaje...
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Foto by chrisdelospuentes |
... los que estuvieron a mi lado todo el día, desde la distancia, escribiéndome y llamando porque no se podían creer lo que les contaba...
1.100 kilómetros después y con los 20 kilómetros que cargué sobre mi pierna el sábado recorrí el camino de vuelta por las calles de Madrid. Necesitaba ese último paseo hasta llegar a mi hogar. Allí me esperaba tanto cariño... con esa llamada para hablar de madrugada porque sabían que yo era incapaz de dormir... con mis vecinos haciéndome el domingo la sesión de terapia... la postal que me enviaron desde Francia semanas antes y que llegó justo ese día como caída del cielo... Me recordaba que cruzar puentes siempre es una experiencia, aunque al otro lado no te espere nadie, aunque te digan que no quieren verte y te quedes con el alma y el abrazo partido.
Cuánto tiempo se tarda en crear un espacio común, un vínculo, unos hábitos? Cuánto tiempo se necesita para construir algo? Por qué los planes hechos se llenan de vacío? Esa manía que tienen las verdades de caerse de medio lado...
Han sido tres meses intensos para mí. Meses de cuidado, de susurros y anhelos, de ilusiones y credos. Hice una apuesta y la perdí. Sabía que tenía muchas posibilidades de salir mal, aunque nunca imaginé que sería de este modo. Con esa negativa a verme, con esa manera de hacer como si no pasara nada y pudiéramos seguir como siempre.
Se me acumulan los interrogantes. No sé no ser yo. Cómo puedo desandar el camino recorrido, amordazar mi corazón o fingir que no me rompí? Cómo podría volver al punto de partida y empezar de nuevo? Y sobre todo, por qué seguir conociéndonos como propusiste, si no me quieres ver? Dame tú una razón.
Necesito marinar lo sucedido, asimilarlo, entenderlo. Creo que no lo lograré. Pero si tengo que sudarte y limpiar mi piel del rastro que has dejado.
¿Cuánto tiempo necesitaré para ello? No sé, no tengo ninguna respuesta. Sólo tengo este silencio que nos acompaña ahora... y las ganas.