jueves, 1 de mayo de 2014

Pan y quesitos


Me gusta caminar estos días por las calles de mi barrio. Están llenas de robinias, pseudo acacias que le han llegado a dar nombre a alguna calle. Tienen unas flores que derraman un olor que me termina embriagando. Cada año anhelo que llegue la primavera para volver a oler su fragancia.



Me detengo junto a su tronco y por unos momentos cierro los ojos para concentrarme en el olor. Sin embargo, estos días atrás, cuando lo he hecho, me he quedado paralizada. Tenía una profunda sensaciín de haber olvidado algo.

Me lleva sucediendo un par de meses. De repente voy caminando por cualquier lado y me paro porque parece que algo quiere acudir a mi memoria. Algo que no soy capaz de recordar. Me quedo mirando al vacío, o callada... intentando que lo que sea acuda a mí. Pero no sucede. Y continúo con esa profunda sensación de algo que está ahí y no acabo de ver.


Hace años, cuando comencé en la Universidad me exigían que escribiera a diario redacciones, artículos, crónicas... y que además las presentara a máquina. Por aquel entonces todavía no estaba extendido el uso de ordenadores y yo nunca había utilizado nada que no fuera lápiz o boli. Mi madre me dejó una vieja Olivetti con la que mi abuelo escribió desde los años 50 sus editoriales y artículos. La máquina tenía un teclado en el que las letras estaban lo suficientemente separadas como para que al teclear con mi poca maña, los dedos se colaran entre los huecos haciéndome constantemente heridas que sangraban.





Me pasé todo el primer curso peleando con la dichosa máquina para aprender a teclear con una velocidad digna. En mi afán por hacerlo bien llegué a tener durante meses sueños en los que tecleaba lo que escribía. En el sueño veía claramente mis dedos heridos pulsar tecla por tecla hasta que conseguía terminar las frases.  Por suerte, al curso siguiente compramos una máquina de escribir eléctrica con un teclado similar al de los ordenadores. La vieja Olivetti luce ahora como merece en el Museo de la Prensa de Granada y yo no la echo nada de menos.

Algo parecido a lo de la máquina de escribir me ocurre con la percusión. No sólo voy por la calle o en el metro, tocando en el aire diferentes ritmos para conseguir coger la soltura que preciso. Estoy empezando a soñar que agarro las baquetas y toco la caja. Quizá de este modo interiorice mejor el ritmo y pueda tocar igual que mis compañeras. Sé que soy una principiante absoluta y que no lo hago bien. Voy a clase y le echo ganas. Disfruto cuando consigo un sonido uniforme al del resto.

Por contra, hay bastantes veces que me pierdo o el ritmo no sale. Eso me agobia y me desanima algunos días. Me hace plantearme si cambiar de instrumento o dejarlo. Aunque siento que la percusión me enraiza con la tierra y me hace feliz. Porque lo cierto es que cuando toco, estoy muy cerca de recordar eso que he olvidado.

4 comentarios:

  1. Al leer sé me han despertado los sentidos. Me ha encantado el texto, es redondo. Enhorabuena. Me ha llegado hondo el teclear de tu juventud ( es la banda sonora de mi vida ) y el olor y hasta el sabor de esas flores.
    Rico texto
    Besitos
    Etcétera

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  2. A veces las cosas que no son tan importantes las dejamos en la trastienda, en cambio recuerdas ese olor que estas esperando cada primavera.
    Tengo una igualita a la de la foto, me la trajeron los Reyes :-(, pero aprendí en una muy similar a la que explicas con las teclas redondas y una carcasa imponente negra.
    Feliz finde primaveral :-X

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  3. Si tocas el oboe es que tienes sentido rítmico, ¿no? Nadie nace aprendido, así que practica, practica, practica...

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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