martes, 29 de septiembre de 2015
Fuego de campamento
Soy una persona de momentos. Nunca he creído en la felicidad como estado, pero si que creo firmemente en esos momentos en que alcanzas la paz y te invade un sentimiento de felicidad intenso. La certeza de saber que es efímero me hace disfrutar aún más de esos pequeños instantes que me regala la vida. Y eso es lo que me permite continuar adelante cuando tengo el mal rollo que acumulo desde anoche. (Pero esa es otra historia que debe ser contada en otro momento)
Me he vuelto a encontrar con Alondra. El compartir con ella una actividad mensual hace que nuestras tardes juntas sean concentradas e intensas. Que se atropellen las palabras de todo cuanto nos tenemos que decir. A su lado primero me pongo nerviosa, pero después encuentro la calma que irradia el azul de su mirada. Cómo disfruto de los pequeños ratos que compartimos. Y cómo me ayuda a reconectarme. A deshechar la paja de mi vida y quedarme con lo importante. Sabia Alondra.
Recuerdo mis años de scout. Durante los campamentos de verano hacíamos fuego cada noche. Era el momento que esperaba. Allí, junto a los troncos ardiendo, me quedaba mirando fijamente las llamas. Las veía ascender y desprender pequeñas chispas o virutas anaranjadas. Entre cánticos y charlas buscaba el momento de quedarme contemplando el bailar de las llamas. Hipnotizada con su vaivén, conseguía aislarme y alcanzar por unos breves momentos esa ansiada paz que casi nunca tenía. No era capaz de explicarme a mí misma esa profunda necesidad de estar conmigo. De encontrar un minuto al cabo del día en el que pese a estar rodeada de personas y energías, lograra volver la mirada a mi interior. Pero incluso sin llegar a entender esa necesidad, me la concedía en cuanto podía.
Aún hoy la siento. Incluso de un modo más profundo. Y aquí llevo toda la tarde, acariciando mis temores, dando la mano a esta tristeza que ha llegado al despertar, cuando aún no había amanecido. Sé que pasará. De algún modo. Que el agobio que tengo desde hace semanas cederá antes o después. Que no hay mejor compañía que la mirada de mis gatas y el silencio que me concedo.
Y que en pocos días volveré mis sentidos al mar. Me han prometido llevarme a un lugar mágico en el espigón, camino del faro, donde hace tres años quedó mi sombra anclada a las rocas. Allí, cuando baje la marea le hablaré al azul y dejaré que el momento se haga eterno.
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viernes, 18 de septiembre de 2015
Tanto y tan poco tiempo
Tengo la sensación de que los días vuelan. Pasó el verano y yo quería que llegara ya el otoño. Tonta de mí ansiaba los estrenos de cine pendientes. Carol, Sufragette, Freeheld, About Ray... y deseaba sacar el edredón de plumas bajo el que duermo tan a gusto.
Pero de repente algo ha cambiado. No quiero que pase el tiempo tan aprisa. Quiero detenerlo, que se pare. Me angustio al ver el ritmo que ha cogido este año, al notar cómo pasan los días sin que me de cuenta, cómo se desliza el tiempo traicionero y lo veo reflejado en el rostro de quienes quiero.
Ya ni siquiera espero el frío para sacar el edredón de plumas. He descubierto que debajo de la sábana puedo pasar horas dulces.
Han pasado dos años desde la última vez que te vi y esta noche has vuelto en sueños. Despojada ya de olores, aún conservabas el tacto de madera. Tu mirada burlona, como siempre, a medio camino entre no creer nada y aún no saberlo. Me visitabas, al oeste de mi anhelo. Con tantas palabras que aprisionaban mi silencio.
Me has llevado a ese lugar de magia que me descubriste y al que nunca he vuelto. Te he seguido en el laberinto de pasillos, de libros, de velos. Cuánto me ha costado mirar tu mirada, cuánto me ha costado encontrar mi voz y no perder mi acento. Cuánto me ha costado no coger tu mano y acariciarte el pelo...
Tal vez algún día, cuando ya no quede rencor y nuestros egos sucumban, podamos decirnos "Hola".Y el cielo de Madrid que tornó en gris, recupere el azul en Ramales. Tal vez ese día el sonido de tus palabras sea sincero.
Qué triste despertar y descubrir que apenas fuimos un sueño.
Pero de repente algo ha cambiado. No quiero que pase el tiempo tan aprisa. Quiero detenerlo, que se pare. Me angustio al ver el ritmo que ha cogido este año, al notar cómo pasan los días sin que me de cuenta, cómo se desliza el tiempo traicionero y lo veo reflejado en el rostro de quienes quiero.
Ya ni siquiera espero el frío para sacar el edredón de plumas. He descubierto que debajo de la sábana puedo pasar horas dulces.
Han pasado dos años desde la última vez que te vi y esta noche has vuelto en sueños. Despojada ya de olores, aún conservabas el tacto de madera. Tu mirada burlona, como siempre, a medio camino entre no creer nada y aún no saberlo. Me visitabas, al oeste de mi anhelo. Con tantas palabras que aprisionaban mi silencio.
Me has llevado a ese lugar de magia que me descubriste y al que nunca he vuelto. Te he seguido en el laberinto de pasillos, de libros, de velos. Cuánto me ha costado mirar tu mirada, cuánto me ha costado encontrar mi voz y no perder mi acento. Cuánto me ha costado no coger tu mano y acariciarte el pelo...
Tal vez algún día, cuando ya no quede rencor y nuestros egos sucumban, podamos decirnos "Hola".Y el cielo de Madrid que tornó en gris, recupere el azul en Ramales. Tal vez ese día el sonido de tus palabras sea sincero.
Qué triste despertar y descubrir que apenas fuimos un sueño.
viernes, 4 de septiembre de 2015
La justicia pequeña
Hoy ha ocurrido algo maravilloso. Algo que llevaba esperando muuuucho tiempo. Tanto como 7 años.
Pensaba y hasta sabía que en algún momento llegaría el premio de consolación a una situación en la que me vi inmersa. Una situación por la que tuve una crisis de ansiedad tan fuerte que me vi obligada a estar prácticamente un año de baja. Si de las que me leeis queda alguna de las antiguas blogueras, sabréis por dónde van los tiros. El resto, disculpadme, pero me prometí que nunca contaría un aspecto determinado de mi vida por aquí.
El caso es que después de esos 7 años luchando, peleando y sobre todo resistiendo, hoy ha ocurrido lo que deseábamos desde hace tanto. He pasado la mañana emocionada, llorando a ratos (y aún ahora), incapaz de expresar el torrente de emociones que me llegan.
Nunca, nadie, podrá devolverme aquel año de mi vida perdido. Pero lo bueno de algunas luchas de la vida es que aprendes a no quedarte en el rencor. Tampoco nadie podrá sustituir mi pierna jodida tras el atropello que sufrí hace unos años. Esta mañana, reflexionando sobre lo que acababa de suceder, me he dado cuenta de que en realidad no me alegraba. No creo en la justicia poética. Pero si creo en la justicia pequeña. En esa que con pocas palabras resarcen y dan sentido a todo cuanto has dicho durante los últimos 7 años. La que pone las cosas en el lugar que le corresponden.
Como decía más arriba, sabía que iba a llegar este momento por lógica. Pero no me he alegrado. Solamente, me he quedado pensando en lo fuerte que he sido todo este tiempo pese a mi caída. He pensado en cómo he aprendido a soportar lo que no pude en un primer momento, en cómo he aprendido a estar alegre en el peor entorno y a disfrutar de las pequeñas cosas que encontraba hasta en el momento más duro. He llevado estos 7 años con mucha resignación sabiendo que no podía hacer nada y sobre todo con bastante humor. He pasado horas literalmente riendo a costa de la situación tan disparatada. Y he aprendido que la resistencia, o mejor dicho la resiliencia es un arma excepcional para afrontar la vida.
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