Fui tan tonta que pensé que el verano detendría el tiempo. Contemplé la marea y la luna, salté la fogata y me bañé sobre el reflejo de la luna llena. Pensé que me merecía el descanso después del duro invierno y primavera que pasamos.
Volví a Madrid relajada y al poco la ilusión pintó mi rostro. Pude al fin quedar con Manuela y empezar a conocerla mejor. Brotaron sonrisas y miradas limpias, surgieron palabras y sentimientos y ella se convirtió en el sueño de mis noches.
Hice trampas a las madrugadas buscando su otra vida. Me empapé de la corta historia que conocía y naufragué en la imposibilidad del momento. Pero todo era tan cierto...
... que ahora cuando he vuelto a la realidad, cuando el médico ha sentenciado, he sentido la onda expansiva de la bomba que no vi caer. No. El tiempo no se ha detenido. Ha seguido avanzando y hoy nos han tirado a todos del tobillo para que pongamos los pies en el suelo. Hemos caído arrodillados y no nos atrevemos a movernos.
Mi hermano me ha recordado el poema de Dylan Thomas; "No entres suavemente en esa noche quieta". Somos una montaña rusa emocional, con mi sobrino a punto de nacer y presenciando el ocaso de mi madre sin que podamos hacer nada más que acompañarla.
Y no puedo dejar de sentirme profundamente agradecida a la Vida por haberme dado la oportunidad de pasar estos meses con ella. Por tener la oportunidad de acercarnos, de cuidarla, de poder hablar con ella como nunca hice, de haber podido encontrar ese lenguaje común.
Ingenua de mí, pensé que la Vida se detendría, se suspendería el tiempo en una tarde de verano. Y descubro una vez más que está muy por encima de mis deseos, que es mucho más grande que mi necesidad de que mi madre se quede con nosotros. Así que cierro los ojos, le agradezco una vez más este tiempo que nos está concediendo y me dejo... me dejo ser, me dejo llevar...
Buenas noches.