Tenía previsto contaros cómo se
produjo el primer encuentro entre Zoe y Lua pero me he dado cuenta de
que antes de eso, debo explicar cómo llegó Lua a mi vida.
Me fui el fin de semana a Valencia,
para el nuevo taller del curso que hago. Llevamos un año con él y
me parece mentira lo rápido que se me ha pasado. He conseguido
congeniar bastante con el grupo de mujeres que lo formamos. Y aunque
soy la única lesbiana (declarada) del grupo no me siento diferente
ni aislada. Incluso alguna me ha cogido especial cariño y me llama
“mi bollito” en plan cariñoso.
Este taller ha sido especialmente
intenso. Yo viajaba muy sensible por esos capítulos inacabados que
comentaba en mi anterior post. Y especialmente por el cerrojazo que
le he dado definitivamente a uno de esos capítulos.
Quizá nada sucede porque si. Llega un
momento en que las casualidades que te presenta la vida son tantas
que está claro que no puede ser simple azar. El taller de este mes
trataba sobre los Laberintos de la vida...esas crisis que enfrentamos
todas al perder a un ser querido, con duelos o ausencias o incluso
con problemas que arrastramos desde hace tiempo.
En determinados momentos iniciamos
laberintos en la vida. Como su representación física, son caminos
complicados, llenos de curvas, vaivenes, inseguridades...donde no ves
el final, donde te sientes perdida y llena de confusión, con la
única certeza de que debes llegar al centro para encontrar el camino
de salida y de que cualquier atajo que tomes te hará perderte aún
más.
Para comenzar el taller, nos perdimos
en el camino de ida. Un trayecto que se recorre en 4 horas nos tuvo
más de 7 horas deambulando por la geografía española. Aquello sólo
fue el inicio. Salimos a la naturaleza para ver diferentes
representaciones laberínticas y experimentar las sensaciones que
provocan.
El segundo día del taller ocurrió
algo sorprendente. Tuvimos que hacer un ejercicio consistente en
crear entre todas un laberinto físico. Un laberinto a escala humana
por el que transitaríamos reflexionando sobre los laberintos en los
que se haya inmersa cada cual. En ese momento me avisaron de casa. A
mi padrino le había dado un infarto y le habían tenido que operar
de urgencia. Me puse tan nerviosa que no podía ayudar a la
elaboración del laberinto así que bajé al jardín a relajarme.
Allí vi a las gatitas de la huerta con una nueva adquisición. Una
gatita siamesa muy pequeña, de apenas 3 meses de vida, acurrucada
junto a su madre. Me puse a hablar con el dueño de la huerta y me
comentó que la gatita venía de la casa de Mario Testino y que era
un problema para él que ya tenía 2 mastines y las otras 2 gatas. No
quería que esta se quedara preñada en cuanto creciera. En principio
iba a ser para el sobrino de Mario pero se había marchado a estudiar
a otro país y le dieron la gata a él como regalo. Uno de esos
regalos envenenados que a veces nos hacen.
La cogí en brazos. En realidad la
podía sujetar con una sola mano. Me miró con unos ojos azules
inmensos y redondos y comenzó a ronronear. Parecía más bien una
taladradora. Me la pusé en el pecho y fue cerrando los ojitos. Me
enamoré allí mismo. Sentía como los ciclos se complementan. Como a
las muertes se les unen las vidas, ese milagro continuo que no
percibimos...
Cuando fui capaz de dejar de nuevo a la
gatita con su madre adoptiva y subí a la sala, ya habían terminado
el laberinto. Me quedé contemplándolo en silencio. Era hermoso, muy
hermoso. Lo rodeé pegada a la pared porque no quería ni tocarlo.
Después me enteré que habían contado que en muchas sociedades, los
laberintos son elementos sagrados que no debes atravesar si no es
tuyo.
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Laberinto en la Catedral de Chartres |
Cuando llegó mi turno recorrí mi
laberinto en silencio. Fui recordando el primer laberinto que surgió
en mi vida, cuando aún no tenía ni 4 años. El más largo, el que
más me ha costado atravesar y con el que ya he encontrado la zona de
salida poniéndome en paz con quien me metió en él. Recordé a mi
padrino, peleando por mantenerse vivo pero sin asumir que eso implica
renunciar a lo que nos mata.
Y de forma especial, pensé en ese
laberinto en el que me encuentro deambulando desde hace 3 años. Por
fin he llegado al centro, el lugar donde encuentras el conocimiento
que necesitabas para poder salir de él. He emprendido ahora el
camino de salida. No puedo engañarme, es tan complicado como el que
me ha llevado hasta el centro, pero vuelvo más sabia, más fuerte,
más yo.
En el viaje a través de los laberintos
encuentras aliados y monstruos. Los aliados son los que te ayudan de
verdad. Y los monstruos, aquellos que te ponen trabas para lograr
salir del laberinto. A veces, nuestros mejores amigos se convierten
en monstruos dentro del laberinto por el que estamos circulando. Pero
casi siempre, los monstruos lo que hacen es reflejar nuestros propios
miedos e inseguridades. Es decir, nosotras somos nuestras mejores
aliadas y nuestros peores monstruos. Y a pesar de sentirnos acompañadas, nadie puede hacer ese camino por nosotras.
Tengo la suerte de haber encontrado una
aliada en este camino de vuelta. La pequeña Lua, que ha llenado mi
vida de alegría. Si...me llevé a la gatita a casa. Sentí que ella
necesitaba mis cuidados y yo necesitaba de su inocencia, su
confianza, su cariño... Un dar y recibir tan lindo como sus enormes
ojos. Además, es la mejor entrenadora personal que le podía
conseguir a Zoe. Con ella ha hecho más ejercicio en una semana que
conmigo desde que la tengo.
El fin de semana fue intenso y muy
hermoso. Hubo lágrimas y miles de sonrisas. Y mujeres geniales que
me acompañaron en el laberinto que estoy recorriendo y que me
acompañan en el discurrir de la vida. Así, merece la pena vivirla a
fondo. Aún cuando duela o cuando el camino esté lleno de dudas y temores.