María era una mujer fuerte y muy alta
para su época. Con un metro ochenta destacaba cada vez que salía a
comprar por la calle Hermosilla. Las mujeres la miraban con
admiración sin alcanzar a imaginar la dureza de su experiencia
vital.
Como tantas mujeres nacidas a
principios de siglo, apenas había tenido educación. Eso si, el
hecho de haber nacido en León le había conferido un espíritu de
lucha encomiable. Ese espíritu fue el que le ayudó a salir adelante
cuando dejó su pueblo natal y se trasladó a Madrid. Allí trabajó
de costurera y fue al lado del taller donde conoció a Jesús. El amor
surgió fuerte entre los dos jóvenes. Cada tarde Jesús le esperaba
a la salida del taller y le acompañaba hasta su casa. Le contaba sus
clases de medicina y su afán por lograr ser un buen médico. Hacían
planes sobre los hijos que tendrían y dónde vivirían. Pero una
mañana de verano Jesús la llamó al taller para explicarle que su
padre había fallecido y que tenía que viajar ese mismo día a su
pueblo para hacerse cargo de su madre y sus hermanos pequeños.
María esperó en vano su vuelta
durante meses. Cuando se hizo a la idea de que Jesús no podría
volver conoció a Andrés, un hombre apasionado por la política. Era
su tema preferido cuando no estaba trabajando en la fábrica. A María
le gustaban sus facciones morenas y que era casi tan alto como ella.
Pese a no compartir del todo sus ideas le entusiasmaba la pasión que
ponía Andrés en todo lo que hacía. La guerra les sorprendió
recién casados pero Andrés no dudó en marchar al frente a pesar de
que María estaba esperando ya un hijo. Cuando llegó la carta
anunciando que él había muerto fusilado en la cárcel, María
acababa de celebrar el segundo cumpleaños de Andresito.
Para lograr sacar adelante al niño en
la dura posguerra María aceptaba todos los trabajos que le iban
llegando. Su fuerza de voluntad que a veces rozaba la terquedad le
hacía avanzar poco a poco. Con los años consiguió un empleo
inmejorable. Le contrataron como secretaria en un periódico. Allí
conoció a Don Miguel, un hombre mayor que ella, de semblante serio
pero extremadamente amable. María no tardó en darse cuenta de que
Don Miguel le prestaba una atención inusual y poco a poco fue
aprendiendo a querer a aquel hombre bajito de madre francesa y gran
educación. Cuando Don Miguel le propuso matrimonio María sopesó
que era una madre viuda, cercana a los 35 años y que no contaría
con muchas más oportunidades de tener una vida estable. Aceptó
pronto y al año siguiente nació Miguelito.
No hacía falta ser muy lista para ver
que a Andresito no le hizo ninguna gracia la boda de su madre.
Acostumbrado a ser el “hombre de la casa” pese a sus escasos 9
años de vida, ahora llegaba un señor serio y un niño cabezón.
Miguelito se convirtió en el blanco de sus travesuras, incapaz como
era Andrés de aceptar su papel de hermano mayor.
María vivó unos años dorados. Don
Miguel era un reputado fotógrafo y se codeaba con lo mejor de la
sociedad madrileña de los años 50. Los paseos militares o las
recepciones en el palacio de El Pardo a las que tenían que asistir
obligados se llevaban mejor cuando llegaban los domingos y acudían a
los merenderos que estaban situados junto al Manzanares. Allí
Miguelito jugaba con unas gemelas y su hermana mayor ignorando que
algún día harían el papel de tacañonas en el 1,2,3.
Los buenos tiempos acabaron cuando en
1960 Don Miguel falleció de cáncer. María de nuevo se quedaba
sola, esta vez con un adolescente al que sacar adelante. Comenzó a
trabajar en el servicio de Meteorología y eso le ayudó a superar la
muerte de su segundo marido. Nuca le había gustado el término viuda
por lo que solía quedar con sus amigas o sus compañeras de trabajo
para ir a merendar o ver alguna película en el cine.
Miguelito fue creciendo mientras Andrés
se casaba y formaba su propia familia. María ejercía de abuela con
el entusiasmo de la despreocupación. Por primera vez en su vida los
niños pequeños no eran un asunto de supervivencia para ella.
Miguel, ya crecido encontró también
una mujer con la que se casó y tuvo dos hijos. Al igual que con el
resto de los nietos, María les prestaba atención un día a la
semana. Ahora que tenía tiempo para si misma y una cierta
estabilidad económica era el momento de divertirse todo lo que no
habia podido hacerlo en su juventud.
Con lo que no contaba María es con
encontrarse una tarde paseando por el Retiro con Jesús, su primer
amor...su gran amor. El tiempo había pasado para los dos pero se
reconocieron al momento. Jesús tuvo que abandonar sus estudios de
medicina y se había convertido en un humilde practicante. Cuando
supo del primer matrimonio de María se casó con otra mujer. Había
tenido tres hijos pero dos habían fallecido muy jóvenes por
enfermedades. A Jesús le pesaba el no haber podido ayudar a sus
propios hijos.
El amor surgió de nuevo. Esta vez de
un modo sereno, con la calma que dan los años y el dolor sufrido en
la vida. María decidió que quería pasar el tiempo que aún les
quedaba con él. Sabía que le costaría un disgusto en la
familia pero no quería dejar escapar la oportunidad de ser feliz. Por fin no importaba la altura, ni la posición social, ni las profesiones, ni el bando político...Cuando se lo dijo a Andrés se oyeron los gritos en todo el bloque.
Aquel muchacho chapado a la antigua no entendía que su madre, viuda
dos veces, con algo más de 60 años a sus espaldas quisiera pasar
por la iglesia de nuevo. Serían la comidilla de todo el barrio.
¿Qué clase de mujer se enamora con
esa edad? ¿Y para qué quiere dormir con un hombre? A Andrés le
atormentaban esas dudas y corrió a la iglesia para intentar
encontrar las respuestas a través de la oración. Durante horas rogó
a Dios que le hiciera desistir a su madre de aquella locura.
Él fue el que la llevó del brazo el
día de la boda y quién le entregó a Jesús en el altar. Migiel
desde la primera fila de los bancos sonreía.
¡Qué bonito! Lo de la duquesa también.
ResponderEliminarpreciosa historia, aisssssss, cualquiera diría que es primavera
ResponderEliminarChris: Ya te lo dije una vez. Te van los culebrones. Yo me lo pensaría, pero aderezándolo un poquillo, hasta la puedes presentar como argumento para una serie de la tele, que la posguerra está de moda. No es broma, ¿eh?
ResponderEliminarmi abuelo se volvio a casar con 89.. despues de eso me lo espero todo!!
ResponderEliminar... y una tia mia lejana, con más de 80, se divorció. Creo que fue la primera en Pequeña Ciuddad, desde luego la primera de la que tuve noticia.
ResponderEliminarCuando su hijo mayor, montando en cólera, le preguntó qué lo hacía, respondio muy seria: Miguel, ya tu padre no me va a gritar más, no quiero esperar a que se muera para eso.
Con un par. Y Miguel hijo, claro está, se tuvo que morder la lengua y no volvió a darle la lata con el tema nunca más....
María, ayer tuve que sacar fotos familiares por un tema distinto y al ver las fotos de ella, con ese porte que tenía, me emocioné.
ResponderEliminarJam, la primavera llegará, es sólo cuestión de sentirla y dejar de lado los pensamientos negativos.
Juli...es que si me pongo a aderezarlo le meto una historia de mujeres, que me conozco. Hace tiempo que pensé que la vida de mi abuela daba para una excelente novela de posguerra pero fíjate, al final quedó en un post. Un abrazo!!
Lui, en mi bloque son más modernos...teníamos una pareja de 70 y pico arrejuntaos...claro que lo de ellos era para seguir cobrando pensiones de viudedad!
Rubita...ole los ovarios de tu tía!!! para las mujeres nunca es tarde...separarse de quienes las maltratan o simplemente no las tratan bien. Me parece genial lo que hizo!