miércoles, 5 de octubre de 2011

Mucho antes que la Duquesa...


María era una mujer fuerte y muy alta para su época. Con un metro ochenta destacaba cada vez que salía a comprar por la calle Hermosilla. Las mujeres la miraban con admiración sin alcanzar a imaginar la dureza de su experiencia vital.

Como tantas mujeres nacidas a principios de siglo, apenas había tenido educación. Eso si, el hecho de haber nacido en León le había conferido un espíritu de lucha encomiable. Ese espíritu fue el que le ayudó a salir adelante cuando dejó su pueblo natal y se trasladó a Madrid. Allí trabajó de costurera y fue al lado del taller donde conoció a Jesús. El amor surgió fuerte entre los dos jóvenes. Cada tarde Jesús le esperaba a la salida del taller y le acompañaba hasta su casa. Le contaba sus clases de medicina y su afán por lograr ser un buen médico. Hacían planes sobre los hijos que tendrían y dónde vivirían. Pero una mañana de verano Jesús la llamó al taller para explicarle que su padre había fallecido y que tenía que viajar ese mismo día a su pueblo para hacerse cargo de su madre y sus hermanos pequeños.

María esperó en vano su vuelta durante meses. Cuando se hizo a la idea de que Jesús no podría volver conoció a Andrés, un hombre apasionado por la política. Era su tema preferido cuando no estaba trabajando en la fábrica. A María le gustaban sus facciones morenas y que era casi tan alto como ella. Pese a no compartir del todo sus ideas le entusiasmaba la pasión que ponía Andrés en todo lo que hacía. La guerra les sorprendió recién casados pero Andrés no dudó en marchar al frente a pesar de que María estaba esperando ya un hijo. Cuando llegó la carta anunciando que él había muerto fusilado en la cárcel, María acababa de celebrar el segundo cumpleaños de Andresito.

Para lograr sacar adelante al niño en la dura posguerra María aceptaba todos los trabajos que le iban llegando. Su fuerza de voluntad que a veces rozaba la terquedad le hacía avanzar poco a poco. Con los años consiguió un empleo inmejorable. Le contrataron como secretaria en un periódico. Allí conoció a Don Miguel, un hombre mayor que ella, de semblante serio pero extremadamente amable. María no tardó en darse cuenta de que Don Miguel le prestaba una atención inusual y poco a poco fue aprendiendo a querer a aquel hombre bajito de madre francesa y gran educación. Cuando Don Miguel le propuso matrimonio María sopesó que era una madre viuda, cercana a los 35 años y que no contaría con muchas más oportunidades de tener una vida estable. Aceptó pronto y al año siguiente nació Miguelito.

No hacía falta ser muy lista para ver que a Andresito no le hizo ninguna gracia la boda de su madre. Acostumbrado a ser el “hombre de la casa” pese a sus escasos 9 años de vida, ahora llegaba un señor serio y un niño cabezón. Miguelito se convirtió en el blanco de sus travesuras, incapaz como era Andrés de aceptar su papel de hermano mayor.

María vivó unos años dorados. Don Miguel era un reputado fotógrafo y se codeaba con lo mejor de la sociedad madrileña de los años 50. Los paseos militares o las recepciones en el palacio de El Pardo a las que tenían que asistir obligados se llevaban mejor cuando llegaban los domingos y acudían a los merenderos que estaban situados junto al Manzanares. Allí Miguelito jugaba con unas gemelas y su hermana mayor ignorando que algún día harían el papel de tacañonas en el 1,2,3.

Los buenos tiempos acabaron cuando en 1960 Don Miguel falleció de cáncer. María de nuevo se quedaba sola, esta vez con un adolescente al que sacar adelante. Comenzó a trabajar en el servicio de Meteorología y eso le ayudó a superar la muerte de su segundo marido. Nuca le había gustado el término viuda por lo que solía quedar con sus amigas o sus compañeras de trabajo para ir a merendar o ver alguna película en el cine.

Miguelito fue creciendo mientras Andrés se casaba y formaba su propia familia. María ejercía de abuela con el entusiasmo de la despreocupación. Por primera vez en su vida los niños pequeños no eran un asunto de supervivencia para ella.

Miguel, ya crecido encontró también una mujer con la que se casó y tuvo dos hijos. Al igual que con el resto de los nietos, María les prestaba atención un día a la semana. Ahora que tenía tiempo para si misma y una cierta estabilidad económica era el momento de divertirse todo lo que no habia podido hacerlo en su juventud.

Con lo que no contaba María es con encontrarse una tarde paseando por el Retiro con Jesús, su primer amor...su gran amor. El tiempo había pasado para los dos pero se reconocieron al momento. Jesús tuvo que abandonar sus estudios de medicina y se había convertido en un humilde practicante. Cuando supo del primer matrimonio de María se casó con otra mujer. Había tenido tres hijos pero dos habían fallecido muy jóvenes por enfermedades. A Jesús le pesaba el no haber podido ayudar a sus propios hijos.

El amor surgió de nuevo. Esta vez de un modo sereno, con la calma que dan los años y el dolor sufrido en la vida. María decidió que quería pasar el tiempo que aún les quedaba con él. Sabía que le costaría un disgusto en la familia pero no quería dejar escapar la oportunidad de ser feliz. Por fin no importaba la altura, ni la posición social, ni las profesiones, ni el bando político...Cuando se lo dijo a Andrés se oyeron los gritos en todo el bloque. Aquel muchacho chapado a la antigua no entendía que su madre, viuda dos veces, con algo más de 60 años a sus espaldas quisiera pasar por la iglesia de nuevo. Serían la comidilla de todo el barrio.

¿Qué clase de mujer se enamora con esa edad? ¿Y para qué quiere dormir con un hombre? A Andrés le atormentaban esas dudas y corrió a la iglesia para intentar encontrar las respuestas a través de la oración. Durante horas rogó a Dios que le hiciera desistir a su madre de aquella locura.

Él fue el que la llevó del brazo el día de la boda y quién le entregó a Jesús en el altar. Migiel desde la primera fila de los bancos sonreía.




6 comentarios:

  1. ¡Qué bonito! Lo de la duquesa también.

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  2. preciosa historia, aisssssss, cualquiera diría que es primavera

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  3. Chris: Ya te lo dije una vez. Te van los culebrones. Yo me lo pensaría, pero aderezándolo un poquillo, hasta la puedes presentar como argumento para una serie de la tele, que la posguerra está de moda. No es broma, ¿eh?

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  4. mi abuelo se volvio a casar con 89.. despues de eso me lo espero todo!!

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  5. ... y una tia mia lejana, con más de 80, se divorció. Creo que fue la primera en Pequeña Ciuddad, desde luego la primera de la que tuve noticia.

    Cuando su hijo mayor, montando en cólera, le preguntó qué lo hacía, respondio muy seria: Miguel, ya tu padre no me va a gritar más, no quiero esperar a que se muera para eso.

    Con un par. Y Miguel hijo, claro está, se tuvo que morder la lengua y no volvió a darle la lata con el tema nunca más....

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  6. María, ayer tuve que sacar fotos familiares por un tema distinto y al ver las fotos de ella, con ese porte que tenía, me emocioné.

    Jam, la primavera llegará, es sólo cuestión de sentirla y dejar de lado los pensamientos negativos.

    Juli...es que si me pongo a aderezarlo le meto una historia de mujeres, que me conozco. Hace tiempo que pensé que la vida de mi abuela daba para una excelente novela de posguerra pero fíjate, al final quedó en un post. Un abrazo!!

    Lui, en mi bloque son más modernos...teníamos una pareja de 70 y pico arrejuntaos...claro que lo de ellos era para seguir cobrando pensiones de viudedad!

    Rubita...ole los ovarios de tu tía!!! para las mujeres nunca es tarde...separarse de quienes las maltratan o simplemente no las tratan bien. Me parece genial lo que hizo!

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