Crecí en un barrio al noroeste de Madrid. Desde la ventana de mi habitación se veía una vaguada enorme que nos separaba del siguiente barrio. Aquella vaguada donde yo jugaba de pequeña, se rellenó a primeros de los 80 con un centro comercial enorme y una carretera de varios carriles que pasaba por la esquina de mi fila de bloques.
Recuerdo que prometieron que en aquella esquina colocarían una estatua gigantesca de un hombre desnudo, de unos 20 metros. Imaginaba que miraría por la ventana de mi habitación desde mi planta 14 y vería los huevos de ese hombre. Por suerte, aquella promesa nunca se cumplió.
Desde el otro lado de la casa se divisaba el campo y al fondo las montañas de la sierra. Por la ventana de la cocina veía atardecer mientras cenaba. Si, crecí mirando al cielo. Tenía la inmensa suerte de tenerlo cerca y de vivir en un barrio muy abierto. Desde la altura podía contemplar la Osa Mayor. La buscaba cada noche antes de acostarme para cerciorarme de que seguía allí y que con alzar un poco la mano podría llegar a tocarla.
Atardecer desde la cocina
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Me paré en mitad de la calle y lentamente fui girando sobre mí misma. Pensé en lo poco y mucho que ha cambiado. El espacio abierto es el mismo. Por suerte, algo está cambiando y encontré consignas que nunca antes había visto
Al fin algo de sentido común en el barrio |
Ahora que lo pienso... mi antigua calle también es cuesta abajo! |
Esta foto la hizo mi padre. |